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Sin discernimiento no hay madurez

Madurez espiritual del cristiano

Sin discernimiento no hay madurez

Programados por el Sistema Religioso: Un Pueblo que Ya No Discierne

Luis M. Sarabia

Cuando ya no sabes distinguir entre lo santo y lo profano

Muchos —una gran parte del pueblo de Dios—, sin importar la denominación, se han dejado programar mental y espiritualmente por el sistema religioso.
Ya no piensan por medio de la Palabra, sino por medio de las tradiciones de hombres.
Ya no disciernen con el Espíritu, sino con el molde denominacional.
Se han acostumbrado a funcionar más como miembros de un sistema que como discípulos de Cristo.

Y lo peor: ya no logran diferenciar.
No saben distinguir entre lo espiritual y lo mundano, entre lo santo y lo común, entre lo ortodoxo y el legalismo, entre la buena praxis y la tradición vacía.
Y como resultado, ya no llaman al mal, mal, ni al bien, bien.

“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz!” (Isaías 5:20)

¿La causa?
Han sido formateados por liturgias muertas, por estructuras, por hombres, por costumbres sin discernimiento, y ahora no son capaces de analizar lo que hacen o lo que le enseñan desde los pulpitos.
Todo se acepta “porque siempre se ha hecho así”, “porque así lo enseñó el pastor”, “porque así es en nuestra iglesia”.

Sin discernimiento no hay madurez

La Palabra de Dios nos dice que el creyente maduro ha desarrollado los sentidos espirituales para discernir lo bueno y lo malo (Hebreos 5:14).
Pero muchos siguen siendo niños espirituales, llevados por doctrinas huecas, por frases de púlpito, por emociones disfrazadas de unción.
No leen la Biblia con hambre, no examinan los espíritus (1 Juan 4:1), no confrontan la cultura con la verdad.
Simplemente repiten lo que les enseñaron, sin cuestionarlo a la luz de la Escritura.

“Escudriñadlo todo; retened lo bueno.” (1 Tesalonicenses 5:21)

Pero eso es lo que menos se hace.
En lugar de escudriñar, se consume lo que diga el sistema sin filtro alguno.
Y así terminan adorando formas, defendiendo prácticas humanas y a hombres, peleando por doctrinas menores… mientras descuidan el corazón.

Entre la ortodoxia y el legalismo

La ortodoxia —la sana doctrina— es vital. Pero no todo lo que parece “correcto” lo es.
Muchos confunden “defender la verdad” con ser esclavos de reglas humanas.
Lo que comenzó como reverencia, se volvió ritual.
Lo que era convicción, se volvió legalismo.
Y el legalismo es enemigo del Evangelio.

“Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí.”(Mateo 15:8)

Tampoco es libertad hacer lo que uno quiera y llamarlo “gracia”.
La verdadera libertad en Cristo no anula el temor de Dios, sino que lo potencia en una relación de obediencia sincera.

Vuelve al discernimiento bíblico

No importa en qué denominación estés. Si eres bautista, presbiteriano, carismático o reformado, si no disciernes, estás caminando en oscuridad con ojos abiertos.
Si no examinas tu fe a la luz de la Palabra, serás parte de una religión sin poder.
Y si no diferencias entre lo bueno y lo malo, entre lo santo y lo profano, terminarás llamando a la carne “libertad”, y a la tradición “doctrina”.

“Y pondrán mi pueblo por delante de lo que no es, y lo harán errar con sus enseñanzas; por tanto, no les responderé.”
(Ezequiel 14:9)

No permitas que el sistema religioso adormezca tu discernimiento.
La voz del Espíritu no está sujeta al programa del domingo.
La verdad no depende del manual de tu denominación.
Vuelve a la Palabra.
Vuelve al temor de Dios.
Vuelve a discernir.

¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo es juzgado por vosotros, ¿no sois competentes para juzgar los casos más triviales? 1 Cor 6:2

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