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¿Qué pasó con los Evangelistas y Maestros?

¿Qué pasó con los Evangelistas y Maestros?

Luis M. Sarabia


¿Ministerios Cesados u Opacados? Una confrontación directa a la idolatría pastoral que silencia a los maestros y evangelistas

“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.” (Efesios 4:11-12)

Cristo no sólo constituyó pastores. Constituyó un cuerpo con funciones diversas, con un propósito claro: perfeccionar a los santos y edificar su iglesia. Sin embargo, pareciera que hoy el único ministerio vigente —por lo menos el único visible— es el pastoral. Todo gira en torno al pastor. Él predica, él enseña, él lidera, él administra, él reprende, él interpreta, él aprueba, él determina. ¿Y los demás ministerios?

¿Solo el pastor fue constituido?

Si tomamos la Escritura como norma, el texto de Efesios 4 no deja lugar a dudas: fue Cristo quien constituyó esos cinco roles. No fue una invención humana, no fue una estrategia eclesial, ni una estructura de poder. Fue su diseño para el crecimiento del cuerpo.

Ahora bien, incluso si aceptamos —como algunos cesacionistas afirman— que ya no hay apóstoles y profetas como en los días fundacionales del cristianismo (Ef. 2:20), la pregunta sigue siendo: ¿también cesaron los evangelistas y maestros? ¿Cesaron junto con los dones milagrosos?

Porque si la respuesta es no —y no hay ningún texto que indique su cese—, entonces, ¿por qué están ausentes? ¿Dónde están los evangelistas que proclaman con claridad y fidelidad la verdad del evangelio? ¿Dónde están los maestros que edifican a la iglesia con doctrina sana y sólida? ¿Dónde están, si no es que han sido silenciados por un sistema pastoralista y jerárquico que todo lo absorbe?

¿Qué pasó con los evangelistas y maestros?

Hoy en día, pareciera que los evangelistas han desaparecido del mapa eclesiástico. Rara vez se menciona este don como una función activa dentro del cuerpo de Cristo. No es que haya cesado —la Biblia jamás dice tal cosa—, es que ha sido ignorado, eclipsado por la figura dominante del pastor. El protagonismo pastoral ha absorbido toda función, relegando al evangelista al olvido. Y si alguno aparece, se le ve más como un predicador ocasional, itinerante y sin autoridad dentro de la iglesia local, que como una parte vital para su edificación.

Ni hablar del ministerio del maestro. Lo que fue establecido por Cristo como un don clave para la enseñanza y formación doctrinal de los santos (1 Corintios 12:28, Efesios 4:11), hoy es tratado como un “ayudante del pastor”, casi como un aprendiz al que se le permite enseñar solo en la escuela dominical o en contextos secundarios, pero no habitualmente en los  sermones dominicales. Pero bíblicamente, los maestros y evangelistas no son inferiores. Son parte de la estructura fundamental para el crecimiento del cuerpo.

Lo más grave es que nunca vemos a pastores sentados bajo la enseñanza de un maestro o un evangelista en su propia iglesia. Nunca los vemos sujetarse o ser edificados por otros hermanos con dones diferentes pero complementarios. No. Ellos están en un nivel “superior”. Solo se sientan a aprender cuando hay conferencias teológicas dictadas por sus pares —otros “doctores de la ley” a quienes reconocen como iguales. Pero a los maestros y evangelistas que Dios ha levantado dentro de su propia congregación, los ignoran, los minimizan y los mantienen fuera del púlpito, como si fueran de segunda categoría.

La iglesia tiene que despertar. El diseño de Cristo fue plural, no unipersonal. No fue levantar un “ungido” que se lo apropie todo, sino un cuerpo con distintos miembros que trabajen juntos. El pastor no fue constituido para eclipsar a los demás, sino para trabajar a la par de ellos. Si no hay lugar para el maestro ni para el evangelista, esa iglesia no está funcionando conforme al plan de Dios, sino conforme a un modelo jerárquico humano que promueve la exaltación de hombres y sofoca los dones del Espíritu.

“¿Acaso todos son apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Hacen todos milagros?”
(1 Corintios 12:29)

El cuerpo no puede vivir si un solo miembro quiere hacer todo. Y mucho menos si ese miembro impide a los otros ejercer los dones que Dios mismo les dio.

La figura central: el pastor-show

La realidad en muchas iglesias, especialmente en las llamadas “reformadas” (a las cuales me identifico doctrinalmente), es que el pastor se ha convertido en el centro absoluto. Cada domingo sube como si fuera el protagonista de un show espiritual, recibiendo aplausos no con las manos, pero sí con la atención, reverencia e idolatría del pueblo. Lo que Cristo diseñó como una estructura ministerial balanceada, ha sido deformado en una monarquía disfrazada de humildad.

El Señor dijo claramente:

Mas entre vosotros no será así...sino el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo.”
(Mateo 20:26-27)

Pero lo que veo es lo contrario. Muchos pastores quieren ser servidos, no servir. No quieren pasar desapercibidos, quieren brillar. No quieren compartir púlpito, quieren monopolizarlo, son como   Diótrefes, a quien “le gustaba ser el primero” en todo y tener protagonismo, ignorando a los demás miembros del cuerpo de Cristo.

Un problema más profundo: la idolatría eclesiástica

El problema no es solo de los pastores, es también de la iglesia. El pueblo ama tener reyes humanos. Como Israel en 1 Samuel 8, clama por un hombre visible que lo guíe, que lo defienda, que lo represente, aunque ello implique rechazar el señorío exclusivo de Dios. Y Dios se lo concede… pero con advertencia y juicio.

La iglesia contemporánea ha reemplazado el liderazgo plural del Nuevo Testamento por un sistema de dependencia casi ciega en una sola figura: el pastor principal. Y aunque afirman que sólo Cristo es cabeza, en la práctica, esa cabeza visible es el pastor local, quien muchas veces se autonombra, se autoevalúa, y solo acepta corrección de sus iguales (quienes rara vez corrigen algo).

¿Dónde están los maestros y evangelistas?

¿Por qué no predican los maestros y evangelistas cada domingo? ¿Por qué no se les da el mismo espacio para edificar al cuerpo? ¿Por qué tienen que esperar que el pastor principal esté de viaje o enfermo para tomar el púlpito? ¿Es esto bíblico? ¿Es esto lo que enseñaron los apóstoles?

Se excusan en que algunos son neófitos o no están listos, y en esas excusas pasan años y muchos nunca enseñan o evangelizan en la iglesia, porque el único que está listo y que tiene dones y al Espíritu Santo es el pastor;  esto no es más que una excusa, un celo o temor por perder el protagonismo, porque la verdad es que muchos de estos hermanos tiene más carácter y muchas más capacidades que ellos.

Algunos pastores aluden que fue a ellos que Dios los escogió, pero la verdad es que nadie puede constatar eso, ya que no hay una forma inerrante de corroborarlo, pero no es así, porque en la biblia no dice que Dios solo escogió pastores, No, como lo hemos venido diciendo en este post, Dios constituyó una pluralidad de ministerios al para edificar a su iglesia..

Pablo instruyó a Timoteo —no como pastor exclusivo, sino como obrero fiel— a que hiciera obra de evangelista (2 Timoteo 4:5). También instruyó que los ancianos que gobiernan bien, especialmente los que trabajan en la predicación y enseñanza, sean dignos de doble honor (1 Timoteo 5:17). Esto presupone una pluralidad de ministerios activos, no una dictadura de micrófonos. Dios instituyó una pluralidad de pastores, no uno, sino muchos; en algunas iglesias a duras penas hay dos y, para escoger otro dura todo un proceso, que si ese mismo proceso le hubieran aplicados a ellos mismos no llegarían ni a ujieres.(Hebreos 13:7)

Una iglesia débil por diseño humano

La iglesia se debilita porque no está funcionando como cuerpo, sino como espectáculo. Un cuerpo donde solo la boca habla, pero los ojos, manos y pies están atados, atrofiados o ignorados. Un cuerpo que no escucha a sus maestros ni a sus evangelistas, sino solo a su pastor, está destinado al desequilibrio espiritual y a la inmadurez doctrinal.

Pablo fue claro:

“Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina… sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo.”
(Efesios 4:14-15)

Pero mientras no se restauren los ministerios que Cristo mismo constituyó, seguiremos viendo una iglesia coja, infantil, frágil y manipulable. Y eso no es culpa de Dios. Es culpa nuestra.


Es hora de que la iglesia despierte. Que reconozca que su dependencia del pastor como figura central es un pecado de idolatría. Que vuelva al diseño original de Cristo. Que dé lugar a los evangelistas que proclaman, a los maestros que edifican, y a los pastores que, si realmente lo son, servirán con humildad y no buscarán la gloria de los hombres.

La iglesia necesita dejar de buscar celebridades espirituales y comenzar a funcionar como el cuerpo que fue llamado a ser. Porque si seguimos dependiendo de hombres, caeremos con ellos. Y no tendremos excusa.

“Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová.”
(Jeremías 17:5)

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