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Hombres, despierten: ¡compórtense varonilmente!

Hombres, despierten: ¡compórtense varonilmente!

Hoy vemos una alarmante realidad: muchos hombres, incluso cristianos, se están volviendo más femeninos que las mismas mujeres. Ellas —en muchos casos— muestran más lógica, realismo y sentido común, atributos que históricamente han sido propios del liderazgo masculino.

Hombres que lo idealizan y espiritualizan todo, negando la existencia de un mundo físico, tangible, donde hay responsabilidades concretas. Lo dejan todo al azar, al “Dios proveerá”, pero no por fe verdadera, sino como excusa para su cobardía, pasividad e inacción.

Vemos hombres dominados por sus mujeres, sin carácter, que ceden por un poco de placer, dejando a un lado la razón, la autoridad y el liderazgo que Dios les ha encomendado. Hombres incapaces de corregir o poner límites con amor y firmeza a sus esposas o prometidas. No pueden decir con respeto: “No te vistas así”, porque temen más al conflicto que a Dios.

Hombres que ya no tienen voz en sus hogares. No opinan, no lideran, no deciden. Son manipulados abiertamente, y con tal de “mantener la paz”, ceden su autoridad, confundiendo la pasividad con humildad. En realidad, es falta de carácter, de convicciones y de hombría.

Muchos justifican diciendo que sus mujeres administran mejor el dinero, cuando en realidad lo hacen por negligencia, por no asumir la responsabilidad de gobernar su casa con sabiduría y esfuerzo.

Hombres conformistas, que no se exigen, que no se esfuerzan más allá de lo mínimo. Que no saben —ni quieren aprender— a poner una bombilla, ni a asumir su rol como proveedores, protectores y líderes espirituales.

Temen al riesgo, al fracaso y a la soledad. Son pusilánimes, viven dudando, se dejan llevar por sus emociones. Se dejan dominar por la pereza y por sus apetitos. No tienen dominio propio. No hacen ejercicio, no se cuidan, no se disciplinan. Comen sin control, su dios es el vientre (Filipenses 3:19), y a todo le ponen una excusa.

Temen más el rechazo social que el juicio de Dios. Les importa más la aprobación de los hombres que la verdad. Se lamentan, pero no se levantan. Se quejan, pero no cambian. Se distraen con entretenimiento vacío, con fútbol, redes sociales y videojuegos, pero no son capaces de leer un libro, aprender una habilidad o buscar un medio digno de sustento.

Viven en casa, bajo el abrigo de sus padres, sin aspiraciones ni propósito. No tienen hobbies, no hacen deporte, no cultivan talentos ni lideran nada. Solo buscan refugiarse en las faldas de su mujer, perdiendo todo respeto y admiración por parte de ella, que los ve como niños grandes en lugar de hombres íntegros.

Muchos son adictos al placer y dependientes del afecto femenino. Por eso son fácilmente manipulables y gobernados por sus parejas. Se han vuelto emocionales, frágiles y quejumbrosos. Sus esposas son sus pañuelos de lágrimas, en lugar de ser ellas ayudadoras de hombres firmes y valientes.

¡Despierten! Están atrapados en una fantasía, mientras la realidad los devora. El enemigo no juega. Esta generación necesita hombres reales. Hombres temerosos de Dios. Hombres que amen, protejan, trabajen, lideren, instruyan y se sacrifiquen.

No se trata de machismo. Se trata de asumir el rol que Dios nos dio.
“Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos.” —1 Corintios 16:13

¡HOMBRES, LEVÁNTENSE!
¡RECUPEREN SU DIGNIDAD!
¡VUELVAN A SU DISEÑO!
¡SEAN HOMBRES DE DIOS!

Por: Luis M. Sarabia

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