¿A Quién aplica Santiago 3:1?. ¡Una reflexión para Pastores!
Luis M. Sarabia
Una Reflexión para Pastores, Líderes y Todos los que Enseñan la Palabra de Dios.
“Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio más severo.”
— Santiago 3:1
Este versículo ha sido citado muchas veces como advertencia para quienes desean enseñar la Palabra de Dios, sobre todo cuando lo hacen fuera de los canales tradicionales como el púlpito o una denominación específica. Sin embargo, la forma en que muchos pastores y líderes lo utilizan deja mucho que cuestionar: lo citan como si no se aplicara a ellos mismos, como si el juicio más severo fuera solo para los “de afuera”.
Es hora de analizar este texto con seriedad, humildad y, sobre todo, con integridad bíblica.
¿A Quién Se Dirige Esta Advertencia?

La carta de Santiago está dirigida a creyentes en general, no solo a líderes o pastores. El texto comienza con:
“Hermanos míos…”
Y continúa con:
“…no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio más severo.”
Aquí, Santiago se incluye a sí mismo. No dice “recibirán”, dice “recibiremos”. Es decir, todos los que enseñan están bajo esta advertencia, no solo los “laicos” o quienes enseñan desde redes sociales o fuera del púlpito.
El problema es que muchos líderes lo usan como si dijera: “No se metan a enseñar, eso es solo para nosotros”. Pero la Escritura no da base para ese tipo de soberbia espiritual.
Entonces, ¿por qué muchos pastores citan este texto como si no les aplicara?
¿Existen Excepciones Según la Denominación o Cargo?
¿Este texto exceptúa a los pastores y líderes de iglesias? Y si es así, ¿a cuáles? ¿A los bautistas, pentecostales, reformados, anglicanos? ¿Hay una denominación exclusiva que escape al juicio severo?
Por supuesto que no. Dios no hace acepción de personas, ni de denominaciones.
Si asumimos que cualquiera que tenga un título de pastor o líder está automáticamente autorizado para enseñar sin temor al juicio mencionado, entonces estamos cayendo en soberbia e idolatría, lo cual contradice el espíritu del evangelio.
“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”
— Santiago 4:6
¿Qué hace a alguien apto para enseñar?

- La Biblia nos ofrece parámetros claros sobre quién está capacitado para enseñar. Más allá de un cargo eclesiástico, la idoneidad para esta labor radica en la madurez espiritual, una vida piadosa y un conocimiento sólido de la Palabra de Dios.
- Los requisitos se detallan en pasajes como 1 Timoteo 3:1-7, que, si bien se enmarcan en el contexto del liderazgo en la iglesia local, presentan principios aplicables a todo aquel que anhela enseñar:
- “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea.” (1 Timoteo 3:1)
- “No un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo.” (1 Timoteo 3:6)
- “…los indoctos e inconstantes tuercen las Escrituras para su propia perdición.”
— 2 Pedro 3:16
Es fundamental entender que el arte de enseñar o predicar no está confinado únicamente a las cuatro paredes de una iglesia local. Si así fuera, la difusión del evangelio estaría seriamente limitada. Recordemos que en la iglesia primitiva existían predicadores itinerantes que llevaban el mensaje más allá de un lugar físico.
Asimismo, el hecho de que muchos hijos de Dios no poseen un cargo oficial en una iglesia local —a menudo debido a la burocracia o la corrupción eclesiástica— no significa que carezcan del don o llamado para enseñar. La validación de este don no recae exclusivamente en una institución, iglesia local, cargo o título, sino que es el Espíritu Santo quien lo avala.
Y sí, Dios constituyó diferentes oficios en la iglesia:
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros.”
— Efesios 4:11
Pero tener un cargo no es garantía de fidelidad, ni exención de error. Ser pastor o líder no te convierte en infalible.
¿Por Qué Algunos Usan Este Texto con Arrogancia?

Muchos líderes usan Santiago 3:1 como una especie de sentencia: para desacreditar o censurar a quienes enseñan desde redes sociales, medios de comunicación, o incluso evangelismo callejero. Lo hacen con un aire de superioridad, como si enseñar fuera un privilegio exclusivo de su círculo.
Pero eso es exactamente lo que Jesús reprendió en sus discípulos:
“Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda hablar mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es.”
— Marcos 9:38-40
Este texto nos recuerda que el Reino de Dios no está encerrado en un solo grupo, estructura o denominación. Dios usa a quien Él quiere, como Él quiere y donde Él quiere.
El Evangelio No Está Encerrado en Cuatro Paredes

Centrar la predicación solo en la iglesia local es tener la mente cerrada y subestimar el poder de Dios para extender su Reino.
“Antes, por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión… y reconociendo la gracia que me había sido dada, dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo…”
— Gálatas 2:7–9
Dios puede levantar predicadores itinerantes, evangelistas en redes sociales, maestros digitales, o personas comunes que, con responsabilidad y humildad, enseñen su Palabra con verdad.
Incluso Pablo se alegraba, aunque algunos predicaban por envidia y contienda:
“¿Qué pues? Que, no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún.”
— Filipenses 1:18
Santiago 3:1 No Es Un Arma, Es Un Espejo

Este texto no debe ser usado como un arma para desprestigiar a quienes enseñan desde fuera de nuestros moldes personales o denominacionales. No se trata de quién está “dentro” o “fuera” del círculo.
“Este texto no es un arma para desprestigiar o menospreciar a los que desean enseñar y no lo hacen según como yo creo o mis propios pensamientos, según mi denominación o según mi círculo íntimo.”
— (Reflexión basada en Marcos 9:38-40)
Debemos recordar que la iglesia es más que una denominación o un templo físico. Es un cuerpo universal con diversos dones y llamados. El pastorado no es el único oficio, y mucho menos el único autorizado para enseñar. Limitar el ministerio al púlpito es limitar el obrar del Espíritu Santo.
¿Y Qué Pasa con los Falsos Maestros y los Que Enseñan Mal?

Algo que no podemos ignorar es que la advertencia de Santiago 3:1 es severa y debe tomarse con absoluta seriedad. Este tipo de advertencias se alinean con lo que también dijeron el apóstol Pedro y Judas al referirse a los falsos maestros que introducen herejías destructoras, movidos por la codicia, el orgullo y la perversión.
“Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras… y por avaricia harán mercadería de vosotros…”
— 2 Pedro 2:1-3
“Porque algunos hombres han entrado encubiertamente… hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios.”
— Judas 1:4
Todo aquel que enseña por vanagloria, por codicia, por manipulación o por motivos perversos, debe saber que no escapará del juicio de Dios. Y no estamos hablando de una simple corrección:
“¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!”
— Hebreos 10:31
La Iglesia: Entre Trigo y Cizaña

Sin embargo, algo que debemos tener presente —y que muchas veces olvidamos en nuestro celo— es que Dios está en control de todo esto. Él no ha perdido el dominio de su iglesia. De hecho, Él ha permitido que así sea, que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta el día de la cosecha:
“Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega, yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña…”
— Mateo 13:30
Por eso, nuestro trabajo como iglesia no es arrancar la cizaña antes de tiempo, sino advertir, alertar, especialmente a los más débiles y nuevos en la fe, para que no sean arrastrados por el error.
No Somos los “Policías de Dios”

Aquí es donde debemos tener mucho cuidado. No podemos caer en el error de convertirnos en “policías espirituales”, creyendo que nuestra función es vigilar y exponer todo lo que se mueva fuera de nuestro juicio o doctrina. Ese no es nuestro llamado.
Sí, debemos confrontar el error con la verdad, pero también debemos confiar en la obra del Espíritu Santo, quien guía, corrige, guarda y preserva a los suyos.
“Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe… y así como la unción os ha enseñado, permaneced en él.”
— 1 Juan 2:27
Además, al censurar a los “árboles sin fruto” (Judas 1:12), también corremos el riesgo de herir y menospreciar a los verdaderos hijos de Dios, que, aunque no tengan un título eclesiástico, están nutridos por la sabia espiritual de Cristo, siendo parte del buen olivo, llevando fruto, y enseñando bajo la guía del Espíritu.
No Apaguemos lo que Dios Encendió
Debemos tener cuidado de no apagar lo que el Espíritu ha encendido. Cuando atacamos indiscriminadamente a todo el que enseña sin nuestra aprobación, no solo callamos la voz del error, sino también la voz de los justos que están siendo usados por Dios fuera de nuestros moldes.
Recordemos que:
“El que no es contra nosotros, por nosotros es.”
— Marcos 9:40
Y también:
“No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías; examinadlo todo; retened lo bueno.”
— 1 Tesalonicenses 5:19–21
Un Llamado a la Humildad y al Arrepentimiento

Cuando un pastor o líder cita Santiago 3:1, debería hacerlo con humildad, con temor, considerando primero su propia vida y responsabilidad.
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.”
— Gálatas 6:1
El mayor pecado de muchos líderes es creerse infalible, de creerse inmunes al error por el simple hecho de tener un cargo. Esa actitud es soberbia espiritual, y Dios abate al soberbio para exaltar al humilde (Santiago 4:6).
Conclusión
Santiago 3:1 no fue escrito para censurar el deseo de enseñar, sino para advertirnos a todos —pastores, líderes, creyentes— del peso que conlleva esa responsabilidad.
No es para alejarnos del llamado, sino para acercarnos a él con reverencia, madurez y humildad.
Dios no necesita nuestras estructuras para obrar. Él llama, capacita y envía a quienes quiere, cuando quiere y como quiere.
Así que enseñemos, pero hagámoslo con temor de Dios, no con arrogancia. Y cuando veamos a otro enseñando fuera de nuestra zona de confort, recordemos las palabras del Maestro:
“El que no es contra nosotros, por nosotros es.” (Marcos 9:40)
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