Cuando Dios se va, todo se acaba
Luis M. Sarabia
El pecado tiene consecuencias.
La maldad trae destrucción.
Pero la peor desgracia de todas… es cuando Dios se va.
Sí, el colapso total de un hombre, de una familia, de una iglesia, de una ciudad o de una nación… ocurre cuando Dios se aleja.
Y eso ya lo estamos viendo.
¿Sabes qué dijo Dios sobre el pueblo que se aferró a sus ídolos?
“Efraín se unió a los ídolos; déjalo.”
(Oseas 4:17)
¿Puedes imaginar algo más temible que eso?
Que Dios mismo diga: “Déjalo. No lo toques más. No lo reprendas. Que se hunda solo.”

Esa es la peor condena: el silencio de Dios.
No hay castigo más severo que cuando Él ya no corrige.
Ya no habla.
Ya no molesta.
Ya no está.
Eso fue lo que pasó con Jerusalén.
Pecaron, adoraron ídolos, se burlaron de los profetas…
Hasta que un día, Dios se fue:
“Entonces la gloria de Jehová se elevó de encima del umbral de la casa…”
(Ezequiel 10:18)
Después de eso, vinieron los babilonios.
Jerusalén fue saqueada.
El templo fue quemado.
El pueblo fue esclavizado.
¿Por qué? Porque Dios ya no estaba.
¿Te das cuenta?
El problema no es la corrupción, ni la violencia, ni el colapso moral.
Todo eso es la cosecha.
El verdadero juicio es este:
¡Dios se fue!
Y cuando Él se va, se apagan las luces.
Ya no hay vida.
Ya no hay esperanza.
Solo ruina.
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.”
(Gálatas 6:7)
Estamos viendo una generación que sembró pecado… y ahora está cosechando destrucción.
Una sociedad que quiso sacar a Dios de todo…
y lo logró.
Ahora camina sola, sin cobertura, sin corrección, sin luz.
Y lo peor de todo es que ni siquiera lo nota.
Pero tú, que todavía escuchas Su voz…
No juegues con Su presencia.
No desprecies Su corrección.
No ignores Su Palabra.
Porque cuando Dios se va…
todo se acaba.
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