¿Miembros de Papel o Discipulados Verdaderos?
Luis M. Sarabia
Una iglesia preocupada por números, pero enferma de alma
Mientras muchos pastores y líderes espirituales se obsesionan con mejorar procesos administrativos, estrategias de membresía y campañas de integración…
Mientras se preocupan por llenar formularios y hacer que cada vez más cristianos se conviertan en miembros oficiales de papel…

La iglesia está desangrándose por dentro.
Como caníbales espirituales, los unos se devoran a los otros: críticas, divisiones, envidias, pleitos y celos son el pan de cada día. El amor fraternal es una anécdota del pasado, y la santidad se ha convertido en una teoría idílica, bonita para predicarla, imposible para vivirla.
“Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros.”
(Gálatas 5:15)
La iglesia, que debería ser columna y baluarte de la verdad (1 Timoteo 3:15), sucumbe sin fuerza frente al pecado, se rinde ante las ideologías seculares, y se acomoda al molde del mundo.

Ya no hay diferencia alguna entre el creyente y el no creyente. Ya no hay distinción. Ya no se nota la luz. Solo se ven destellos de una religión vana y vacía, una cáscara sin fruto, que no impacta ni transforma a nadie… ni siquiera a quienes la practican.
“Tienen apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella; a éstos evita.”
(2 Timoteo 3:5)
Es una iglesia institucionalizada pero no espiritualizada, que presume membresía, pero no tiene discípulos; que defiende estructuras, pero no conoce el quebrantamiento.
Es una iglesia que dice “somos muchos”, pero en realidad, son pocos los que verdaderamente caminan por la puerta estrecha (Mateo 7:13-14).
Se preocupan más por obtener las cosas de este mundo, que por practicar la piedad; su servicio a los demás está influenciado por lo que puedan recibir a cambio y no por un amor genuino de ayudar a su prójimo.
Cristo no vendrá por una iglesia llena de nombres en actas y bases de datos, sino por una Iglesia santa, sin mancha ni arruga (Efesios 5:27).
Una iglesia que vive en santidad, que odia el pecado, que no negocia la verdad, y que ama al prójimo con un amor real y sacrificial.
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