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Lot: Una luz de advertencia (4 parte)

Lot: Una luz de advertencia (4 parte)

4) El fruto de la vida de Lot

Veamos ahora qué tipo de fruto produjo al final de cuentas el espíritu rezagado de Lot. No quiero pasar por alto este punto por muchas razones y, especialmente, en la actualidad. No son pocos los que dirían: “Después de todo, Lot era salvo, fue justificado, llegó al cielo. Esto es todo lo que yo pretendo. Si llego al cielo, con esto me contento”. Si esto es lo que piensa en su corazón, haga una pausa y lea un poquito más. Le mostraré algunas cosas en la historia de Lot que merecen atención y, quizá, lo motiven a cambiar de idea.

Creo que es de gran importancia dar nuestra atención a este tema. Siempre afirmaré que una santidad prominente y una utilidad insigne se relacionan estrechamente, que la felicidad y “seguir al Señor totalmente” van de la mano, y que si los creyentes se detienen no pueden esperar ser útiles en su día y generación, ni ser muy santos ni parecidos a Cristo, ni disfrutar de gran tranquilidad y paz simplemente porque creen.

  • Destaquemos entonces, para empezar, que Lot no hizo ningún bien entre los habitantes de Sodoma. Es probable que Lot haya vivido muchos años en Sodoma. Sin duda, tuvo oportunidades preciosas de hablar de las cosas de Dios y de apartar del pecado a las almas. Pero parece que no hizo nada. No parece haber tenido ninguna influencia sobre la gente que vivía a su alrededor. No contaba para nada con el respeto y la reverencia que hasta los hombres del mundo, a menudo, muestran hacia un buen siervo de Dios. No se pudo encontrar ni una persona justa en toda Sodoma fuera de las paredes de la casa de Lot. Ni uno de sus vecinos creía su testimonio.

Ni uno de sus conocidos honraba al Señor que él adoraba. Ni uno de sus sirvientes servía al Dios de su amo. A nadie “de ninguna parte” le importaba para nada su opinión cuando trató de contener su maldad. Dijeron: “Vino este extraño para habitar entre nosotros, ¿y habrá de erigirse en juez?” (Gn. 19:9). Su vida no tenía ninguna influencia, sus palabras no eran escuchadas ni su fe atrajo a nadie de modo que la siguiera. ¡Y de verdad que no me extraña! Por regla general, las almas inactivas no le hacen ningún bien al mundo ni traen mérito alguno a la causa de Dios. Su sal no tiene sabor suficiente para curar la corrupción a su alrededor. No son “cartas conocidas y leídas por todos” (2 Co. 3:2). No hay nada magnético, ni atractivo, ni nada que refleje a Cristo en su manera de ser. Recordémoslo.

  • Destaquemos, en segundo lugar, que Lot no ayudó a su familia, ni a sus parientes ni a aquellos con los que se relacionó, a ir al cielo. No conocemos el tamaño de su familia. Pero sabemos que tenía una esposa y al menos dos hijas el día que fue llamado a partir de Sodoma, si es que no tenía más. Pero independientemente que la familia de Lot haya sido grande o pequeña, una cosa es perfectamente clara: ¡No había ni uno entre ellos que temiera a Dios! Cuando “habló a sus yernos, los que habían de tomar sus hijas” y les advirtió que huyeran del juicio que venía a Sodoma, dice la Biblia que les “pareció a sus yernos como que se burlaba” (Gn. 19:14). ¡Qué palabras terribles son éstas! Era como decir: “¿A quién le importa lo que dice usted?”. Mientras dure el mundo, esto será prueba dolorosa del desprecio que se siente por el que está “detenido” en su fe.

¿Y qué de la esposa de Lot? Dejó la ciudad en su compañía, pero no llegó lejos. No tenía la suficiente fe como para ver la necesidad de una huida apresurada. Dejó su corazón en Sodoma cuando comenzó a huir. Mientras caminaban, a espaldas de su marido, miró hacia atrás a pesar del mandato explícito de no hacerlo (Gn. 19:17), convirtiéndo inmediatamente en una estatua de sal (Gn. 19:26).

¿Y qué de las dos hijas de Lot? Escaparon, por cierto, pero sólo para hacer la obra del diablo. Se convirtieron en las tentadoras que condujeron a su padre a cometer una iniquidad, a perpetrar el más inmundo de los pecados. En suma, ¡Lot parece haber estado sólo, aun en su familia! ¡No fue usado como medio para conseguir que ni siquiera un alma se apartara de las puertas del infierno! Y no me extraña. Las almas que se detienen se ven a través de sus propias familias y, cuando uno las ve de cerca, son despreciados. Si sus parientes más cercanos entienden sólo una cosa de la fe cristiana, ésta es la inconsecuencia. Seguramente esos parientes piensan: “Si creyera todo lo que profesa creer, no seguiría como sigue”. Los padres de familia que se detienen, rara vez tienen hijos consagrados. Los ojos del hijo absorben mucho más que los oídos. El niño siempre observará lo que hacemos, mucho más que lo que decimos. Recordemos esto.

  • Destaquemos, en tercer lugar, que Lot no dejó evidencias cuando falleció. Poco sabemos de Lot después de que huyó de Sodoma y, lo poco que sabemos, es negativo. Su ruego por ir a Zoar, porque era “pequeña”, su partida de Zoar después y su conducta en la cueva, cuentan la misma historia. Demuestran la poca gracia en él y el estado degradante en el que había caído su alma. No sabemos cuánto tiempo más vivió después de su huida. No sabemos dónde murió ni cuándo, tampoco si volvió a ver a Abraham, de qué murió ni lo que decía y pensaba. Todo esto es un misterio. La Biblia nos cuenta de los últimos días de Abraham, Isaac, Jacob, José y David, pero ni una sola palabra acerca de Lot. ¡Oh, qué lecho de muerte tan sombrío debió haber sido el de Lot!

La Biblia parece correr un velo a su alrededor. Hay un silencio doloroso acerca de los últimos días de su vida y su final. Parece extinguirse como se extingue una lámpara dejando tras sí un legado amargo. Y si no fuera porque el Nuevo Testamento dice específicamente que Lot era “justo”, creo que, de hecho, dudaríamos de que Lot hubiera sido un alma salvada. Pero no me extraña su triste final. El creyente que se detiene, que se mantiene pasivo, por lo general, cosecha según lo que sembró. A menudo, la muerte lo sorprende cuando está detenido. El final lo encuentra con poca paz. Llega al cielo, es cierto; pero llega en malas condiciones, cansado, con los pies lastimados, con debilidad y lágrimas, en la oscuridad y la tormenta. Es “salvo, aunque, así como por fuego” (1 Co. 3:15).

Le pido al lector de estas líneas que considere las tres cosas que acabo de mencionar. No me malentienda. ¡Es asombroso observar qué pronto aprovecha la gente cualquier excusa para entender mal las cosas que conciernen a su alma! No digo que todos los creyentes que no se “detienen”, por no hacerlo, sean grandes instrumentos de provecho para el mundo. Noé predicó ciento veinte años, a pesar de que nadie le creía. El Señor Jesús no era estimado por su propio pueblo, el judío. Ni digo que todos los creyentes que no se detienen, por no hacerlo, sean el medio para que sus familias y parientes se conviertan. Muchos de los hijos de David eran impíos. Al Señor Jesús no le creían ni sus propios hermanos.

Pero sí digo que, es casi imposible, no ver alguna relación entre la mala elección de Lot con el hecho que se detuvo, y entre el que Lot se detuviera y el hecho de que no fue de provecho alguno para su familia y el mundo. Creo que fue la intención del Espíritu que lo viéramos. Creo que el Espíritu tuvo la intención de que fuera una luz de advertencia para todos los cristianos profesantes. Y estoy seguro de que las lecciones que he tratado de sacar de toda esta historia merecen una reflexión seria.

Y ahora, deseo decir unas últimas palabras a todo el que lee este escrito y, especialmente, al que se considera creyente en Cristo. No quiero entristecerlos. No quiero darles una perspectiva sombría del peregrinaje cristiano. Mi único objetivo es darles cariñosas advertencias. Anhelo paz y tranquilidad para todos ustedes. Me encantaría verlos felices, al igual que seguros, gozosos, al igual que justificados. He hablado como lo he hecho por su bien. Vivimos en una época cuando abunda la religión pasiva, que se detiene, como se detuvo Lot.

En muchos lugares, la corriente de profesiones de fe es mucho más ancha de lo que una vez fue, pero mucho menos profunda. Podríamos decir que, casi está de moda, cierto tipo de cristianismo que se define por…

  • pertenecer a alguna facción de la Iglesia, que muestra su celo por sus intereses,
  • hablar de las principales controversias de la actualidad,
  • comprar libros religiosos populares en cuanto se publican y colocarles en la mesa,
  • asistir a reuniones, suscribirse a asociaciones, discutir los méritos de predicadores,
  • entusiasmarse y emocionarse por cada nueva forma de religión sensacionalista que aparece…

Todas éstas, son prácticas comunes y comparativamente fáciles. No hacen que una persona sea singular. Requiere pocos sacrificios o ninguno. No implica una cruz. En cambio…

  • caminar estrechamente con Dios,
  • ser realmente espiritual,
  • comportarse como extranjeros y peregrinos,
  • ser diferentes del mundo en el empleo del tiempo, en la conversación, las diversiones y en el vestir,
  • dejar un sabor de nuestro Maestro en todos los lugares de trabajo,
  • orar, ser humilde, generoso, de buen carácter, callado, fácil de complacer, caritativo, paciente, sumiso,
  • temer celosamente todo tipo de pecado y experimentar temor y temblor al estar consciente de nuestros peligros del mundo…

¡Éstas siguen siendo virtudes que pocas veces se ven! No son comunes entre los que se llaman verdaderos cristianos y, lo peor de todo es que, uno ni se da cuenta de que no las tiene, ni lo lamenta como debiera. En una época como ésta me atrevo a ofrecer mis consejos a cada lector creyente. No los rechace. No se enoje conmigo porque hablo directamente. Le ruego que considere las palabras del apóstol Pedro: “Procurad hacer firme vuestra vocación y elección” (2 P. 1:10).

Le ruego que no sea indolente, no sea negligente, no se contente con una medida escasa de gracia ni tampoco con ser un poquito mejor que el mundo. Le advierto seriamente que no intente hacer algo que nunca puede hacerse, es decir, servir a Cristo y, a la vez, andar en el mundo. Le insto y le ruego que sea un cristiano de todo corazón, que procure una santidad insigne, que apunte a un grado superior de santificación, que viva una vida consagrada, que presente su cuerpo como “sacrificio vivo” a Dios, que ande “también por el Espíritu” (Ro. 12:1; Gá. 5:25). Le encargo y le exhorto, por todas sus esperanzas del cielo y anhelos de gloria, que, si quiere ser feliz, si quiere ser útil, no sea un alma que se detiene.

¿Quiere saber lo que nuestros tiempos demandan? Sacudir a las naciones, desarraigar las cosas antiguas, desbaratar los reinos, agitar e inquietar la mente de los hombres ¿y qué dicen? Claman a gran voz: ¡Cristiano! ¡No se detenga!

¿Quiere estar preparado para la segunda venida de Cristo, con sus lomos ceñidos, su lámpara encendida y, usted mismo, decidido y preparado para encontrase con él? Entonces no se detenga.

¿Quiere disfrutar de tranquilidad en su fe; sentir el testimonio del Espíritu en su interior, saber a quién ha creído y no ser un cristiano sombrío, quejoso, amargado, triste y melancólico? ¡Entonces no se detenga!

¿Quiere disfrutar de una seguridad sólida de su propia salvación, en enfermedad y en su lecho de muerte? ¿Quiere ver con los ojos de la fe al cielo que se abre y a Jesús levantándose para recibirlo? ¡Entonces no se detenga!

¿Quiere dejar el legado de grandes y amplias evidencias cuando parta? ¿Quiere que lo bajemos a la tumba con una esperanza tranquila y hablar sin ninguna duda de su estado después de muerto? ¡Entonces no se detenga!

¿Quiere serle útil al mundo en su época y generación? ¿Quiere apartar a los hombres del pecado y llevarlos a Cristo, adornar su doctrina y hacer que la causa de su Maestro les sea atractiva? ¡Entonces no se detenga!

¿Quiere conducir a sus hijos y parientes hacia el cielo y lograr que digan: “Iremos contigo” e impedir que sean infieles y que desprecien la fe cristiana? ¡Entonces no se detenga!

¿Quiere tener una gran corona el día que Cristo aparezca y no ser la estrella más insignificante y pequeña en la gloria y no ser el último ni el menor en el reino de Dios?

¡Entonces no se detenga!

¡Oh, que ninguno de nosotros se detenga! El tiempo no se detiene, la muerte no lo hace, el juicio no lo hace, el diablo no lo hace y el mundo no lo hace. Tampoco lo hagan los hijos de Dios.

¿Hay algún lector que se siente detenido? ¿Ha sentido un peso en su corazón y remordimientos de conciencia mientras ha estado leyendo estas páginas? ¿Hay algo en su interior que susurra: “¿Soy yo ese hombre?” Entonces preste atención a lo que estoy diciendo. Su alma no está en paz. Despierte y trate de mejorar. Si usted es de los que se detienen, debe acudir a Cristo inmediatamente para ser sano. Tiene que usar el antiguo remedio, tiene que bañarse en la antigua fuente. Tiene que volverse nuevamente a Cristo para ser sano. La manera de hacer algo es simplemente hacerlo. ¡Hágalo ahora mismo! No crea, ni por un instante, que su caso es irremediable. No piense que no hay esperanza de que se avive porque ha estado viviendo por largo tiempo en un estado de aridez y aletargamiento en su alma.

¿Acaso no es el Señor Jesucristo el Médico que cura todos los males espirituales? ¿Acaso no curaba todo tipo de enfermedades cuando estaba sobre la tierra? ¿Acaso no echaba fuera todo tipo de demonios? ¿Acaso no levantó al pobre Pedro y le puso un canto nuevo en la boca después de que hubo caído?

¡Oh, no dude, sino que crea fervientemente que, aún, avivará su obra en usted! Sólo vuelva a andar, confiese su necedad y venga, venga ahora mismo a Cristo. Benditas son las palabras del profeta: “Reconoce, pues, tu maldad”. “Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones” (Jer. 3:13, 22). Y recordemos las almas de los demás, no sólo las nuestras. Si en algún momento vemos detenido a un hermano o hermana, tratemos de despertarlo, tratemos de estimularlo y tratemos de avivarlo. “Exhortaos los unos a los otros”, según tengamos oportunidad, “para estimularnos al amor y a las buenas obras” (He. 3:13; 10:24). No tengamos temor de decirnos unos a otros: “Hermano, hermana, ¿ha olvidado a Lot? ¡Despierte y recuerde a Lot! Despierte y no se quede detenido ya más”.

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